¿Sabías que el tiempo frente a pantallas no es el mismo para todos los niños? Un reciente informe reveló algo preocupante: los menores de familias con menos recursos pasan muchas más horas frente a celulares, tabletas o televisores, mientras que quienes crecen en hogares con mayores ingresos suelen invertir más tiempo en la lectura y en actividades extracurriculares.
Esta diferencia aparentemente cotidiana está abriendo una nueva brecha educativa que merece nuestra atención.
Más pantallas, menos libros: lo que dicen los estudios
De acuerdo con un estudio de Common Sense Media, los niños de familias con ingresos bajos destinan en promedio 3,5 horas diarias a pantallas, frente a 2 horas 25 minutos en hogares de clase media y apenas 1 hora 50 minutos en hogares de mayores ingresos.
Aunque pueda parecer solo una cuestión de entretenimiento, la ciencia ha demostrado que la sobreexposición a dispositivos tiene consecuencias directas en el desarrollo cognitivo y en la capacidad de aprendizaje.
Impacto en la comprensión lectora
Investigaciones publicadas en JAMA Pediatrics indican que los niños que pasan más tiempo frente a pantallas entre los 2 y 3 años obtienen peores resultados en pruebas de desarrollo a los 5 años. Esto se traduce en dificultades para la comprensión lectora, el lenguaje y la concentración.
Asimismo, revisiones presentadas por Education Week advierten que el uso excesivo de dispositivos afecta la conectividad cerebral relacionada con la lectura profunda. Es decir, cuanto más tiempo se dedica a contenidos digitales de consumo pasivo, más difícil resulta mantener la atención en un texto largo, comprenderlo a fondo y reflexionar sobre él.
Riesgos para la salud visual y la atención
El problema no se limita a lo académico. La exposición prolongada a pantallas también puede generar fatiga ocular, sequedad en los ojos y, a largo plazo, problemas de visión. Además, se han identificado efectos negativos en la capacidad de atención: los niños se acostumbran a estímulos rápidos y cambiantes, lo que dificulta que se concentren en actividades más pausadas como la lectura o el juego creativo.
Una brecha que va más allá de la tecnología
Lo más preocupante es que este fenómeno no solo refleja una diferencia en hábitos de consumo, sino que está reforzando una desigualdad estructural.
En hogares de mayores ingresos, los niños suelen tener acceso a bibliotecas personales, clases extracurriculares y actividades deportivas o artísticas.
En cambio, en familias con menos recursos, el celular o la televisión se convierten en la principal fuente de entretenimiento, muchas veces por falta de alternativas seguras o económicas.
Esto significa que, mientras algunos niños encuentran en los libros un espacio para expandir su imaginación y mejorar sus habilidades, otros quedan atrapados en el consumo pasivo de pantallas, lo que limita sus oportunidades futuras.
¿Qué pueden hacer padres y docentes?
La buena noticia es que existen estrategias simples que pueden marcar una gran diferencia en el desarrollo de los niños. Aquí algunas recomendaciones respaldadas por especialistas:
1. Establecer límites claros de tiempo de pantalla
No se trata de prohibir, sino de equilibrar. La American Academy of Pediatrics sugiere que los niños de 2 a 5 años no pasen más de 1 hora diaria frente a pantallas, y que en los mayores se establezcan tiempos razonables adaptados a la edad.
2. Fomentar la lectura en papel
Tener libros en casa, leer en voz alta con los hijos y reservar momentos diarios de lectura compartida refuerza el vínculo familiar y mejora la comprensión. No es necesario comprar grandes colecciones: incluso las bibliotecas públicas o el intercambio de libros con otros padres son recursos valiosos.
3. Promover actividades creativas y al aire libre
El juego libre, los deportes y la exploración de la naturaleza desarrollan habilidades motoras, sociales y emocionales que ninguna aplicación puede reemplazar. Un paseo en bicicleta o una tarde de manualidades puede ser más enriquecedor que horas de videos en línea.
4. Dar el ejemplo en el hogar
Los niños aprenden por imitación. Si los adultos leen, conversan y utilizan la tecnología con moderación, es más probable que los pequeños repitan esos hábitos. Reducir el uso del celular en la mesa o antes de dormir es un paso importante.
5. Educar en el uso crítico de la tecnología
En lugar de demonizar las pantallas, es mejor enseñar a los niños a utilizarlas de manera activa: buscar información, crear contenidos, aprender nuevas habilidades. Convertir la tecnología en una herramienta de aprendizaje puede equilibrar sus efectos.
Hacia una educación más justa
La realidad es que el acceso desigual a la tecnología está marcando diferencias en el desarrollo de los niños. No basta con dar dispositivos a quienes no los tienen: es fundamental acompañar su uso con educación digital responsable y garantizar oportunidades de acceso a libros, actividades culturales y espacios de juego.
Si no actuamos, corremos el riesgo de que esta nueva brecha digital se transforme en una brecha educativa aún más profunda. El reto está en manos de padres, maestros y responsables de políticas públicas.
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